Para mí tú no eras otra cara en la multitud, una pastilla más para pasar el malestar.
Fue poco el tiempo que necesité para saber que no sólo quería averiguar qué pasaba, sino que supe lo que ya me estaba pasando a tu lado.
No fuiste sólo una y otra oportunidad para mí, sino una compartida para construir lo que no quisiste negociar.
No buscaba exclusividad ni llenar todas tus faltas ni expectativas, sino apoyarnos en la intimidad para construir el disfrute de toda la humanidad.
Yo no sacrifiqué mi putería ni ninguna libertad.
Lo viví como quise y quisiste acordar.
Para mí no fuiste algo pasajero ni mera curiosidad, no busqué amaestrarte ni serlo yo por igual.
Nunca quise cubrieras todas mis expectativas ni infantiles necesidades.
Quise compartirme en plena consciencia, mágica presencia y libre complicidad.
Quise responsabilizarme desde el ser y no comprometerme desde el Deber Ser.
Pero tu fluir se sintió cortado por mis ganas de comprender y explicitar.
¿Cómo podría pedirle al aire que aclare su caprichoso ir y venir?
¿Cómo pedirle al vertiginoso río que hable sobre su intenso devenir?
Yo soy humano, demasiado, al parecer.
Y por eso hablé, por eso busqué la palabra y su precisa danza y emancipado error.
Por eso le aposté al diálogo y a la comunicación. Por eso creí habría negociación.
Sin voluntad de construir en común-unión, ¿cómo podrías ceder tu poder para acceder?
No, el viento no pide permiso ni perdón por su soplar, aunque tampoco se irrita cuando hay otro aire que vuela en otra dirección o se unen para crear algo más que un tifón y seguir después a voluntad.
No, el aire no obliga al árbol a que sea aire ni lo juzga por sus raíces o forma de germinar.
No pierde su esencia por su momentáneo contenedor.
No huye ni escapa, sólo fluye y abarca.
Pero no somos aire, somos humanos con el don de la voluntad, ahora negada para acordar, sin la magia para comunicar.
Somos humanos, demasiado humanos, faltando a la palabra que nos humaniza y socializa.
De ahí ahora una profunda distancia y mi soledad.
Tú... Tú vuela.