¿Sabes cómo transité esas más de doce horas de plena compañía?
Atendiendo cada momento a tus movimientos, a tu respirar, a tus palabras, tus ideas, tu baile, tu canto. Atento a mi sentir fluir, a la libertad y confianza que se generaba en mí. Al saber y sentirme reconocido, apreciado, respetado, nadando en honestidad. Sabiendo que el presente, y no más, nos une.
No he encontrado las palabras (ni las he buscado) para describir el momento.
He de confesar que prefiero buscar tus manos, aquellas que al fin pude sostener una eternidad que no duró más de una hora. Perderme en su tacto y juego con mis dedos, con mis palmas y la forma de acariciarte, recorriendo con mi cuerpo, reconociéndome y regresando a ser el sostén de la compañía, del momento de entrega restringido, secreto.
He decidido perderme en la ensoñación de tu pecho y tu espalda, del movimiento pendular y oscilante que me impulsaba descubrir tu sentir.
Disfrutar la cadencia de un movimiento libre, ansiante, que buscaba la conexión más allá de lo sensual (a pesar de la contra-dicción). Perderme y re-encontrarme en tu sostén negro, pensado para mí, que se quita fácil pero jamás descubre tu corazón por completo.
He decidido preguntarme sobre tus muslos, sobre tus piernas, delicia al tacto que se abrían a la posibilidad de compartir una parte del camino conmigo, de montar grandes olas de pasión y cabalgar a sueños efímeros de placer permanente.
Sin eufemismos ni ficciones, me encontré con un cuerpo que alberga la grandeza de la persona con la que pareciera hubiéramos ya coincidido en otro tiempo y en otro espacio, sin restricciones ni barreras, fluyendo en un diálogo sensual que prometía no acabar aún después del anochecer, de otro año, de otra época.
Me sobran las palabras porque me falta tu piel para escribir mi deseo y placer. Mi cariño y cuidado.
¿Qué hago yo con mi deseo?
Lo convierto en el recuerdo de tu rostro, del silencio que llegó a ti y lo cambiaste por el lenguaje de tus labios que se entreabrían y preparaban para recibir mi deseo, para permitir -¡al fin!- darle forma al tuyo.
Atesoro tus ojos cerrados, concentrados en tu interior, en el calor que recorría todo tu cuerpo y te impulsaba a seguir. Me concentro en la forma en que bajabas un poco la cara para mostrar tu cuello desnudo y nuca vibrante. Me aferro de la imagen de tus labios que mostraban buscar más los míos, mi piel, mis manos, y dejar salir el aire para dar espacio a recibir mi deseo. Lento, profundo, y vacilante. Expectante...
Tu rostro en rojo, en la penumbra, y todas las imágenes y recuerdos de este se pierden ante una confesión impostergable: Estoy enamorado de tu persona, enamorado de ti. Agradecido de que te compartas conmigo, y compartiendo contigo, desde la no exclusividad, pero plenamente consciente de lo especial que te has convertido en mi vida, más allá de las palabras que no terminan de salir...
Mañana será otro año.