martes, 19 de enero de 2016

No me interesa que sea diferente.

No soy un hombre de amores fáciles ni amores incompletos.
No sé darme a medias ni con reservas.
Cada uno de mis amores son elegidos, construidos y edificados desde la consciencia y la entrega absoluta.
A veces tengo mucho que dar, a veces es casi nada, y siempre lo doy todo de lo que hay en mí.
No sé ser uno de esos hombres tibios, blandengues, que huyen al primer conflicto ni que se quedan atados a las memorias y dolores pasados. No quiero ser un hombre incompleto por quedarme atorado en todo lo que puede fluir desde mí.
No, yo no soy hombre de un sólo amor, ni creo que haya uno único para mí, y eso me hace amar más pura y tenazmente cada uno de mis momentos compartidos con ese amor escogido.
Si nada es eterno ni sinónimo de completud, ¿porqué habría de detenerme en el tiempo viendo todo lo que falta, de lo que se carece o la velocidad a la que se ama -o se deja de hacerlo- ?
Me rehuso a vivir atado a los miedos y fantasías belicosas de los amores románticos que niegan lo que más desean, o que desean lo que menos quieren encarnar. Y que, irónicamente, más niegan su esencia romántica y posesiva.
La desdicha no va conmigo aunque el desamor sea la consecuencia inevitable de amar sin esperar (aunque sí deseo, ansío y merezco el amor que prodigo yo) . Yo celebro, honro, agradezco y rememoro cada momento vivido en pleno amor.
No me interesa un amor cortado, inconcluso, tibio y mojigato, que se esconde de las buenas y malas lenguas, de las mejores y peores morales.
No me causa admiración alguna la necia necesidad de interpretarlo todo como tragedia shakespeareana que ineludiblemente lleva a un sangriento final anunciado y cantado en verso o prosa. Una comedia nada sutil que cada crisis la convierte en daño, cada oportunidad en duda, y cada triunfo en terror de intimidad.
No sé amar impoluto, aséptico, políticamente correcto ni socialmente brillante. No es mi meta dominar ni ser dominado para establecer jerarquías de alta burguesía.
Soy un hombre que ama entero, completo, irrestricto y sin censura, con la pasión y fugacidad de un cometa, con el vaivén siempre presente de la marea, con la eterna esperanza de renacer del bosque y la imperceptible presencia del aire.
Amo así, con mi pasión y desencanto completo pues sé que, llegada la hora, no me detendré a seguir amando ilusiones ni fantasmas que a veces se manifiestan. No quiero sólo murmullos, me fascinan los gritos y algarabía.
Amo completo y desgreñado porque sé que no te necesito -ni tú a mí- y que, llegada la hora del adiós, seguirás siendo mi amor, en la distancia y ausencia necesaria.
Si no entiendes que mi amor intenso, entregado y pleno no es una atadura, pues lo que se entrega por completo no tiene la fuerza ni deseo para devorar, entonces no estás lista para este amor.
Y yo, aunque te ame profundamente, siempre estaré listo, preparado, para el desamor.


sábado, 16 de enero de 2016

Tu mirada susurrando.

¡Maldita ambición la mía!
Que me hace desear más que susurrar tu nombre, dejar de ocultar los momentos de travesía a tu lado, desdibujar tus retratos y esconder lo que es más que evidente.
Quiero arriesgarme a explorar otros límites,  a cruzar fronteras inexistentes cuando nuestros desnudos cuerpos se encuentran.
Volar y desde las alturas escribir promesas que aterran por la posibilidad de convertirse en ciertas y desafiar toda profecía que busca el autocumplimiento.
Abandonar los miedos y la parálisis, la búsqueda de control y certeza para arrojarme en un absurdo intento por simplemente vivir sin censura ni escondites.
Mi ambición es dejar de ambicionarte para simplemente disfrutarte en plena presencia e irrestricta entrega.
Sí, deseo tenernos en libertad y consciente incondicionalidad para construir más allá de sólo los puentes entre les dos y vibrar en frecuencias que nos permiten sentisaber nuestra pertenencia a lo trascendental.
Yo sigo presente y viviendo mi ambición.
Gracias por las oportunidades para seguir haciéndolo posible... y sonreír.




Balbuceando

Las sombras siguen presentes, alertándome de cada nuevo paso en silencio, oscureciendo cada momento de esperanza, recordando mi fugaz paso por los mundos que he llegado a tocar. 
La soledad siempre está presente, me acompaña y me inspira a huir de la falta de compromiso, de las expectativas tan altas que jamás me satisfacen, de la lúgubre llama que atravieso en busca de las cenizas que me harán renacer. 
Y, al final, es una mentira aún por comprobar. 
Porque amo y no, porque espero ser eternamente acompañado en mi pasajera soledad. 
Ser más que menos. 
¿Es mucho pedir? 

domingo, 3 de enero de 2016

Aunque en chino.

Me gustas para jugar a las sombras y la luz, para destruir miedos añejos y construir oportunidades presentes. Para juzgar desde lo disfrutado y emanciparnos de lo sufrido.

Me gustas para jamás cambiar y seguir siendo genuino, volátil y apasionado (casi tanto como tú). Para ser un humano que sincero y franco te ama, para construir y sembrar en tierra fértil aquello que en conjunto se debe cosechar.

Me gustas para equivocarme y rectificar, para crecer y aprender a vestir de moda o mediana, para ser uno más del montón y perder toda auténtica estampa cuando de ser reconocido se trata y continuar en mi libertad compartida.

Me gustas para proclamar como propio un territorio que ni siquiera es de este mundo carnal y menos textil, para encarnar cualquier pecado de toda religión que no profeso.

Me gustas para rabiar por tus caprichos, para encapricharme con tus climáticos gustos y anticlimáticas indiferencias,  perfumadas de positivismo y profana incredulidad.

Me gustas para callarme y estar como ausente, presente en un futuro que dibujo compartido a pesar de tu eterna partida y tu constante regreso. Para que ese vaivén se convierta también en el de las prosaicas y desentonadas pelvis envalentonadas.

Me gustas como para que me perdones y sembremos reconciliaciones resilientes, que unan lo partido, para distribuir lo celebrado y salvaguardar lo ya vivido. Para resarcir lo lastimado y curar lo aterrado.

Me gustas para trascender en lo concreto, para concretar lo trascendental y jugar a las luces y a la sombra, para que seas tú también quien se transforme y recuerdes tu cuna y linaje, les honres de pensamiento, palabra, acto y omisión.

Me gustas para construir espacios de paz y eones de erotismo, para seducir al tiempo y conquistar la duda, para mezclar lo que ha sido con lo que está siendo y lo que podemos llegar a ser en un seremos que no te atreves a nombrar.

Me gustas para viajar como dedos por tus cicatrices, con la parsimonia de la mirada que desnuda tu tenacidad y la convierte en mi complicidad, para conocer tantos nuevos lugares como facetas tuyas cuando te me dejas fluir.

Me gustas para llorar de alegría, para sonreír con nostalgia y pensar con cada célula de mi corazón que lo nuestro es siempre posible cuando posibilitas el encuentro pleno y atento.

Me gustas, así de simple, así de claro, así de absurdo, pero me gustas al ritmo de un (Au)te quiero que no cesa de cantar.

Me gustas como para quererte más allá de las letras y menos acá que cuando te marchas, por coraje mío o miedo tuyo. Para experimentar lo inédito y tatuar lo impertérrito en los aires y las aguas que incendian todo terreno.

Me gustas como para gustarte más allá de tus típicos gustos. Me gustas como para que te guste la idea de gustarnos y degustarnos constante, leal, plena y comprometidamente. En amorosa, tierna, atinada e irrenunciable libertad.

Me gustas, incluso, para callarme y esperar tu decidido regreso a mí, hoy, mañana o en una siguiente vida. Yo seguiré presente, gustando de ti y de tu ausencia de mí.

Pelo hazte plesente, pol favol.





Tiempo al tempo.

Loca y en penuria se disfraza la mortaja
de lisonjas y promesas no cumplidas.
Un día más que la distancia es el pretexto para sembrar dudas,
la ventana para espiar fatidicos devenires
y plantearlos como irreductibles realidades.
Las grandes luces siempre proyectan inconmensurables sombras
y soy yo mi propio oscuridad y desatino.
Quise encenderla, no incendiarla
pero por sintaxis, prosodia y entonación
perdí toda posibilidad de un perdón.
Gritar para desahogar el daño que un grito hizo no es la solución.
Llorarlo tampoco.
Tiempo...
¿Para qué?
Si cada segundo es la guillotina que se apresta,
el juicio que no cesa,
el miedo que alerta
y el recuerdo que mata
cualquiera nueva otra oportunidad.
No, yo no quise errar.
Nunca quise herir.
Yo quise salir de dudas con la desesperación de quien se ahoga
(en un laberinto de la Atlántida misma).
Hoy me arrepiento
y no sé cuánto más lo haré.
¿Una vida entera será suficiente para expirar la culpa?
De ser así,
¿ésta debe durar mucho
o terminar de una buena vez?
O,
¿acaso?,
una muerte en vida
y con el sepulcral silencio que tu cuerpo me dedica
será el punto final
de una historia que jamás mencionaste iniciada.
Estertor y perdón.
¿Vendrá la reconciliación?