Mi vuelo es sencillo -que no simple-.
Recorro los campos y respiro el aire,
saludo a lxs vecinxs y mi barrio es el mundo.
Disfruto y me entrego, sin reservas, en plenitud y con algarabía.
Amo y comparto, festejo y celebro con discreta pasión.
Me apasiono y vivo intensamente.
Mi interior es un mar que va, viene, transporta y genera vida, la cuida y tiene tantas corrientes como temperaturas que se encuentran y convergen.
Y camino, navego -a veces también repto- para tomar vuelo, para acercarme a quienes aún le temen a las alturas.
Como tú, que das grandes saltos, que a veces incluso planeas, que pretendes volar, pero aún te asustan las alturas.
Tan comprometida con lo cotidiano, con los deberes y la imagen, que no imaginas nuevas formas de vivir, de volar, de amar.
Porque cada vez que te cielo y aceptas que tú a mí, más te aferras al suelo, más te alejas de las alturas, más te aterra la soledad de la equivocación y ni siquiera te atreves a intentar como tanto pregona tu eterno Saltar.
Cíclico, constante -tal vez lo más en tu transcurrir-, comienzas, tomas vuelo, te elevas, disfrutas el aire, las caricias del viaje, las nubes que adornan los sueños y, apenas te haces consciente de lo sublime de tu vuelo, huyes a la tierra so pretexto de la estabilidad, de los tiempos, de cosas ya amarradas que mencionas como si fueran propulsores de flujo.
O tal vez es sólo la historia que me cuento para saber que no compartimos los mismos cielos, y las edades son también las que marcan los diferentes ritmos para emprender y disfrutar el vuelo.
Nos vemos en el cielo, cada vez que coincida mi ser con tu desear.
Recorro los campos y respiro el aire,
saludo a lxs vecinxs y mi barrio es el mundo.
Disfruto y me entrego, sin reservas, en plenitud y con algarabía.
Amo y comparto, festejo y celebro con discreta pasión.
Me apasiono y vivo intensamente.
Mi interior es un mar que va, viene, transporta y genera vida, la cuida y tiene tantas corrientes como temperaturas que se encuentran y convergen.
Y camino, navego -a veces también repto- para tomar vuelo, para acercarme a quienes aún le temen a las alturas.
Como tú, que das grandes saltos, que a veces incluso planeas, que pretendes volar, pero aún te asustan las alturas.
Tan comprometida con lo cotidiano, con los deberes y la imagen, que no imaginas nuevas formas de vivir, de volar, de amar.
Porque cada vez que te cielo y aceptas que tú a mí, más te aferras al suelo, más te alejas de las alturas, más te aterra la soledad de la equivocación y ni siquiera te atreves a intentar como tanto pregona tu eterno Saltar.
Cíclico, constante -tal vez lo más en tu transcurrir-, comienzas, tomas vuelo, te elevas, disfrutas el aire, las caricias del viaje, las nubes que adornan los sueños y, apenas te haces consciente de lo sublime de tu vuelo, huyes a la tierra so pretexto de la estabilidad, de los tiempos, de cosas ya amarradas que mencionas como si fueran propulsores de flujo.
O tal vez es sólo la historia que me cuento para saber que no compartimos los mismos cielos, y las edades son también las que marcan los diferentes ritmos para emprender y disfrutar el vuelo.
Nos vemos en el cielo, cada vez que coincida mi ser con tu desear.